martes, 7 de julio de 2009

CAPITULO II: Recuerdos

La silueta de Ann fue reflejada por un espejo que había en el lugar.
- Leo, mi fratello... ¡No sabes cuánto ansiaba verte! E incluso te busqué en la guía telefónica, llamé y nadie contestó. Luego de unos días, desistí.
- Lo siento... Annarella, ¿A qué número llamaste?
- Al que precisamente me devolvió la llamada hace tres días, cuya voz me hizo llorar de emoción y me avisó que volvería aItalia dentro de poco.- Hizo una mueca de dolor; se miró los pies. Suponí que sus clases de ballet habían sido un fracaso total, por lo que no pregunté cuál era la razón del dolor.
-Sí, Leo. En niguna parte me han aceptado.Ni siquiera en una academia.Como te pudiste dar cuenta hace unos momentos, soy una total perdición en el ballet.
- No digas eso. Eres una bailarina excelente.
- Eso era antes, cuando tú estabas acá e Italia era un país tranquilo y feliz.- No quise debatir su idea, pues,como tantas otras veces, tenía razón.

Nos quedamos charlando en la cafetería hasta que se hizo de noche. Annarella me contó sus anécdotas vividas desde que yo me fuí. Por mi parte, le conté lo que había sido de mi vida fuera de Italia, y como me casé con la mujer más maravillosa del mundo. Pero no aún mejor que mi amiga. Y mi hijo, el que me había dado Jade.Ella escuchó atentamente cada palabra que pronuncié, pero aún así notaba una lejanía en sus ojos.

¿Qué te pasará, Annarella, que has cambiado tu forma de ser drásticamente?

-Bueno, creo que ya es hora de irse a casa.- Rematé la conversa, pues estaba cansado de hablar y necesitaba ver a mi familia.
- Nos vemos... ¿Qué tal, pasado mañana?
- Por supuesto. ¿Te apetece ir a mi casa? Estoy seguro que Jade estará encantada de conocerte.
- De acuerdo. Estaré para la cena.
- Te espero. Si te acontece cualquier problema, por favor avísame.- Besó mi mejilla y caminó en dirección opuesta a la mía.

CAPITULO I: Pasos

Por fin era feliz. Cumplía mi sueño, la vida me había entregado todo...
Sentía cómo ligereramente mi alma abandonaba mi cuerpo, despidiéndose lentamente de mi subconsciente. Un adiós, demasiado pobre para mi gusto, era el problema que me debatía. Pero era tarde, cómo sentía decir eso.


-Buona sera. Mi nombre es Leonardo Salvatore. Busco a Annarella; Annarella Coudray.
-Está con la maestra, si gusta le puede esperar en el salón de estar, donde se puede ver la clase.
-Muchas gracias, señor. Addio.

Caminé lentamente hacia donde me había indicado el señor. Llegué al cabo de unos minutos, el edificio en el que me encontraba era inmenso. En fin, cuando llegué vi próximo a mí un sillón un poco roído, pero se veía cómodo. Me senté, y para mi sorpresa, en mi ubicación podía ver la sala en la cual estaba Annarella.
Pero no ví lo que creía que vería. Recordaba a mi amiga, feliz, risueña. La persona que veía en esos momentos era totalmente distinta. Llena de amargura, seria, fracasada...

-¡Srta. Coudray! Dije que hicieran un relevé en tercera, no en primera. No, ¡Que no te digo! ¡FUERA DE AQUÍ, NO SIRVES ASÍ ES QUE NI SE TE OCURRA VOLVER!...
Aquellos gritos retornaron en mi cabeza, como el día cuando abandoné mi casa.
En esa penumbrosa soledad de mis pensamientos, vi una sombra acercarse, una niña sin esperanzas de vivir. Alguien totalmente distinto a mi querida Annarella.

- ¿Leonardo?, ¿Eres tú Leo? - La emoción hizo que mis palabras fueran interrumpidas por las lágrimas presurosas que deseaban aparecer. En ese instante nos abrazamos, sumidos en la depresión de tantos años sin vernos. Era ella, mi amiga, mi Sorella.